martes, 20 de noviembre de 2012

Planeta ruido

Acaba uno de recibir una de esas pequeñas tristezas ante las que no puede, no quiere permanecer inmune. Cuando las razones se atrincheran en nuestro cerebro surge el cavernícola que todos llevamos dentro, por más que sobre los hombros repose -brillo opaco condenado a extinguirse- cierto aura de intelectualidad. "Intelectual". No puedo escribir esta palabra sin bostezar largamente.

Dialogábamos sobre poesía -para variar- en la red social por excelencia, Facebook, esa proverbial herramienta de trabajo que es, a la par, vertedero sin fondo de insensateces, hastíos varios y troqueladas imágenes proyectadas en el infinito de la vanidad humana. Así somos. Ya lo decían los griegos. No hemos adelantado gran cosa. Debatía, digo, con un destacado poeta a quien siempre he admirado y al que hace tan sólo unas semanas, en virtud de nuestra inesperada amistad virtual, había estado releyendo. Esta tarde hablábamos de los Panero, de poetas y músicos, de gustos y criterios, en fin, sin mayor trascendencia. Hasta que ha surgido el conflicto entre Israel y Palestina, tan descarnado en las últimas horas. Al parecer uno está mediatizado por el pensamiento "progre" y por ello justifica a los palestinos mientras condena las maniobras de "autodefensa" israelíes; al parecer no es capaz de ver con sus propios ojos la injusticia, el sufrimiento, la barbarie humana por parte de ambos pueblos. Quizá para sacarme de mi ceguera, para ilustrar mi ignorancia o para tocarme los cojones, el poeta me ha enviado un mensaje sin texto adjuntando un vídeo que justifica la autodefensa israelí. Le he contestado, sin añadir palabra, con un enlace al siguiente documental. Ha sido entonces cuando sin llegar a discutirlo siquiera, sin concederme la oportunidad de expresar mi opinión, el bardo me ha eliminado de sus contactos. Todavía anda por la red jactándose de ir borrando pro-palestinos.

Sorpresa, profunda decepción, tristeza. He dado un largo paseo para rumiar todas estas sensaciones. Qué ciega pasión puede llevar a alguien, por lo demás sensible y culto, a comportarse así, con tan burdos modales. ¿Fanatismo? ¿Soberbia? ¿De qué vale todo el saber acumulado, la hermenéutica y la prosodia, el espíritu y la retórica... cuando se siente tan poco interés por los demás?      

Qué tristes aquellos que sólo se interesan por remachar los oxidados clavos de su ideología, que se asientan en ideas estancas, que pertenecen sólo a un pueblo y no al de todos los seres humanos. Qué patéticos estos poetas mayores tan inmundamente enanos en su precaria humanidad. Qué feo, qué gris, qué mostrenco es el mundo que nos han dejado.

Pero guardaré sus poemas. Ahora sé que lo mejor de él ni siquiera le pertenece.

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