Un día cerré mi casa a cal y canto y eché a andar. De mis amigos a ninguno escuché. De entre los fingidores a ninguno volví la mirada. Sola y cerrada quedó mi casa. A merced de las hierbas y los gatos; blanco de alguna piedra y los claros de luna; misteriosa -cuentan- y arruinada. Los años han pasado con la desesperada urgencia de las horas. Los meses, como si fueran minutos. Hoy he regresado a la casa llena de hierbajos y macetas oxidadas. Dentro, sobre la mesa podrida, los poemas que no fui capaz de escribir entonces. Al fuego tibio del olvido he ido arrojando una tras otra aquellas hojas. Ahora tengo las palabras, todas las palabras. Y tú, mi solitaria inquilina, regresas conmigo.