"No quiero saber nada del mundo: estoy leyendo a Herberto Helder". Hace ya cuatro años que escribí esto en mi libreta y sigo teniendo la misma impresión ahora que he leído y releído casi toda la obra -todo lo disponible, que no es tanto- de este extraordinario poeta portugués. Su descubrimiento supuso para mí un salto mortal sin red de esos que nos marcan para toda la vida; he vivido varios: Whitman con 14, san Juan de la Cruz a los 15, Valente a los 17... pero, a qué engañarse, la capacidad de asombro es algo que vamos perdiendo a medida que la experiencia apuntala las vigas de nuestro conocimiento.
Helder (Funchal, 1930) representa un caso aparte en la literatura portuguesa; su obra plantea un decidido paso hacia adelante tanto en la forma como en el fondo, produciendo una ruptura con todo lo anterior. Quizá sea, tras Pessoa, el poeta portugués más radical del siglo XX.
Algo más joven que los poetas surrealistas agrupados a finales de los cuarenta en torno a Cesariny, y poseedor de un sentido del humor y una afilada ironía que lo aleja del tono reposado de los neorrealistas (Ramos Rosa, Sophia de Mello Breyner, Eugenio de Andrade...) con los que se le podría emparentar cronológicamente, lo cierto es que Helder inaugura -desbroza más bien- una senda propia tomando elementos de diferentes escuelas y tradiciones. Con ellos consigue someter al lenguaje a un pulso constante, a una tensión de opuestos que fundirá sobre el verso cuerpo y espíritu, ciencia y creencia, pensamiento y alucinación. La potencia de sus mejores textos es difícil de olvidar. Recomiendo al lector español los dos volúmenes que reposan en mi mesa: el volumen de textos en prosa "Los pasos en torno" (Hiperion, 2004) y el de poemas "O el poema continuo" (Hiperion, 2008) en versiones de Ana Márquez y Jesús Munárriz respectivamente.
Helder (Funchal, 1930) representa un caso aparte en la literatura portuguesa; su obra plantea un decidido paso hacia adelante tanto en la forma como en el fondo, produciendo una ruptura con todo lo anterior. Quizá sea, tras Pessoa, el poeta portugués más radical del siglo XX.
Algo más joven que los poetas surrealistas agrupados a finales de los cuarenta en torno a Cesariny, y poseedor de un sentido del humor y una afilada ironía que lo aleja del tono reposado de los neorrealistas (Ramos Rosa, Sophia de Mello Breyner, Eugenio de Andrade...) con los que se le podría emparentar cronológicamente, lo cierto es que Helder inaugura -desbroza más bien- una senda propia tomando elementos de diferentes escuelas y tradiciones. Con ellos consigue someter al lenguaje a un pulso constante, a una tensión de opuestos que fundirá sobre el verso cuerpo y espíritu, ciencia y creencia, pensamiento y alucinación. La potencia de sus mejores textos es difícil de olvidar. Recomiendo al lector español los dos volúmenes que reposan en mi mesa: el volumen de textos en prosa "Los pasos en torno" (Hiperion, 2004) y el de poemas "O el poema continuo" (Hiperion, 2008) en versiones de Ana Márquez y Jesús Munárriz respectivamente.
Se dice que los poemas de Helder no son fáciles, y qué poema lo es. Muy mal se tiene que leer un poema para que nos resulte fácil. En mi mundo de paralelismos imaginarios suelo visualizar al portugués al lado de Carlos Edmundo de Ory, Juan Eduardo Cirlot y -no sé por qué- Lezama Lima. Cosas del inconsciente, que es el que manda. Bien lo sabe Herberto Helder y de esa inagotable fuente él extrae su más preciado metal, alquimista loco que labra en el verso la tensión de nuestros miedos y deseos más profundos, imágenes talladas con la precisión de quien conoce el infierno humano y la divina perfección de la materia y los integra perfectamente en la realidad del poema., es la linea de tiempo que no existe. Su poesía está llamada a seducirnos o a dejarnos indiferentes, cuestión de sincronía y de reserva kármica. Otros sean los que se entretengan en la abultada rareza del personaje que el autor ha construido en torno a su leyenda: la de ermitaño hosco y esotérico empedernido, una suerte de Salinger portugués extraviado a voluntad por las calles de Cascais, anónimo y mundano.
Sé que no soy el primero ni seré el último que cuando callejea por Cascais imagina un hipotético encuentro a pie de bar con el autor de "O amor em Visita". Acaso la diferencia sea que, año tras año, yo también evitaba ese encuentro. Hay autores a los que uno no desea conocer más allá de su obra. Como si fuera del poema todo lo demás resultara innecesario. Creo que es esto lo que el ciudadano Helder trata de decirnos con su silencio infranqueable a orillas del pálido Atlántico.
No muy lejos de allí, ruge inconsolable A boca do Inferno ahogando el mito. Otro más.
Sé que no soy el primero ni seré el último que cuando callejea por Cascais imagina un hipotético encuentro a pie de bar con el autor de "O amor em Visita". Acaso la diferencia sea que, año tras año, yo también evitaba ese encuentro. Hay autores a los que uno no desea conocer más allá de su obra. Como si fuera del poema todo lo demás resultara innecesario. Creo que es esto lo que el ciudadano Helder trata de decirnos con su silencio infranqueable a orillas del pálido Atlántico.
No muy lejos de allí, ruge inconsolable A boca do Inferno ahogando el mito. Otro más.
No sé como decirte
No sé como decirte que mi voz te busca
Y la atención comienza a florecer, cuando sucede una noche
Espléndida y colosal.
No sé que decir, cuando lejanamente tus muñecas
Se llenan de un brillo luminoso
Y te estremeces como un pensamiento íntimo. Cuando,
Iniciado en el campo, el centeno inmaduro se ondula tocado
Por el presentir de un tiempo distante,
Y en la tierra crecida los hombres entonan una vendimia
- yo no se como decirte que cientos de ideas,
Dentro de mí, te buscan.
Cuando las hojas de la melancolía arremeten contra los astros
Al lado del espacio
Y el corazón es una semilla inventada
En su fondo oscuro y en su huracán diario,
Tú arrebatas los caminos de mi soledad
Como si toda la casa ardiese descansando en la noche.
- Y entonces no sé que decir
Junto a la taza de piedra de tu silencio tan joven.
Cuando los niños despiertan sobrecogidos en la luna
De donde caen a veces en medio del tiempo
- no se como decirte que la pureza,
Dentro de mí, te busca.
Durante la primavera entera aprendo
Los tréboles, el agua sobrenatural, el leve y abstracto
Correr del espacio -
Y pienso que voy a decir algo con sentido,
Pero cuando la sombra cae de la ávida curva
De mis labios, siento que me faltan
Un girasol, una piedra, un ave - cualquier cosa extraordinaria.
Porque no se como decirte sin milagros
Que dentro de mí está el sol, el fruto,
El niño, el agua, el dios, la leche, la madre,
El amor,
Que te buscan.
Minha cabeça estremece com todo o esquecimento.
Música: Rodrigo Leao. Texto: "Ou o poema continuo" Herberto Helder
Minha cabeça estremece com todo o esquecimento.
Eu procuro dizer como tudo é outra coisa.
Falo, penso.
Sonho sobre os tremendos ossos dos pés.
É sempre outra coisa, uma
só coisa coberta de nomes.
E a morte passa de boca em boca
com a leve saliva,
com o terror que há sempre
no fundo informulado de uma vida.
Sei que os campos imaginam as suas
próprias rosas.
As pessoas imaginam os seus próprios campos
de rosas. E às vezes estou na frente dos campos
como se morresse;
outras, como se agora somente
eu pudesse acordar.
Por vezes tudo se ilumina.
Por vezes canta e sangra.
Eu digo que ninguém se perdoa no tempo.
Que a loucura tem espinhos como uma garganta.
Eu digo: roda ao longe o outono,
e o que é o outono?
As pálpebras batem contra o grande dia masculino
do pensamento.
Deito coisas vivas e mortas no espírito da obra.
Minha vida extasia-se como uma câmara de tochas.
- Era uma casa - como direi? - absoluta.
Eu jogo, eu juro.
Era uma casinfância.
Sei como era uma casa louca.
Eu metias as mãos na água: adormecia,
relembrava.
Os espelhos rachavam-se contra a nossa mocidade.
Apalpo agora o girar das brutais,
líricas rodas da vida.
Há no esquecimento, ou na lembrança
total das coisas,
uma rosa como uma alta cabeça,
um peixe como um movimento
rápido e severo.
Uma rosapeixe dentro da minha ideia
desvairada.
Há copos, garfos inebriados dentro de mim.
- Porque o amor das coisas no seu
tempo futuro
é terrivelmente profundo, é suave,
devastador.
As cadeiras ardiam nos lugares.
Minhas irmãs habitavam ao cimo do movimento
como seres pasmados.
Às vezes riam alto. Teciam-se
em seu escuro terrífico.
A menstruação sonhava podre dentro delas,
à boca da noite.
Cantava muito baixo.
Parecia fluir.
Rodear as mesas, as penumbras fulminadas.
Chovia nas noites terrestres.
Eu quero gritar paralém da loucura terrestre.
- Era húmido, destilado, inspirado.
Havia rigor. Oh, exemplo extremo.
Havia uma essência de oficina.
Uma matéria sensacional no segredo das fruteiras,
com as suas maçãs centrípetas
e as uvas pendidas sobre a maturidade.
Havia a magnólia quente de um gato.
Gato que entrava pelas mãos, ou magnólia
que saía da mão para o rosto
da mãe sombriamente pura.
Ah, mãe louca à volta, sentadamente
completa.
As mãos tocavam por cima do ardor
a carne como um pedaço extasiado.
Era uma casabsoluta - como
direi? - um
sentimento onde algumas pessoas morreriam.
Demência para sorrir elevadamente.
Ter amoras, folhas verdes, espinhos
com pequena treva por todos os cantos.
Nome no espírito como uma rosapeixe.
- Prefiro enlouquecer nos corredores arqueados
agora nas palavras.
Prefiro cantar nas varandas interiores.
Porque havia escadas e mulheres que paravam
minadas de inteligência.
O corpo sem rosáceas, a linguagem
para amar e ruminar.
O leite cantante.
Eu agora mergulho e ascendo como um copo.
Trago para cima essa imagem de água interna.
- Caneta do poema dissolvida no sentido
primacial do poema.
Ou o poema subindo pela caneta,
atravessando seu próprio impulso,
poema regressando.
Tudo se levanta como um cravo,
uma faca levantada.
Tudo morre o seu nome noutro nome.
Poema não saindo do poder da loucura.
Poema como base inconcreta de criação.
Ah, pensar com delicadeza,
imaginar com ferocidade.
Porque eu sou uma vida com furibunda
melancolia,
com furibunda concepção. Com
alguma ironia furibunda.
Sou uma devastação inteligente.
Com malmequeres fabulosos.
Ouro por cima.
A madrugada ou a noite triste tocadas
em trompete. Sou
alguma coisa audível, sensível.
Um movimento.
Cadeira congeminando-se na bacia,
feita o sentar-se.
Ou flores bebendo a jarra.
O silêncio estrutural das flores.
E a mesa por baixo.
A sonhar.
Del libro Ou o Poema Contínuo
Herberto Helder (Funchal, Madeira, 1930)
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