jueves, 9 de agosto de 2012

Terror en el hipermercado

La conciencia de hacer saltar el continuum de la historia es propia de las clases revolucionarias en el instante de su acción.
Tesis de filosofía de la historia, Walter Benjamin



El mismo día que los medios nos informan de la fortuna de Amancio Ortega (el tercer hombre más rico del mundo), en Girona los supermercados sellan con candados los contenedores de basura para que los cientos de ciudadanos que pasan hambre no puedan meter la zarpa y arramblar una rebanada de pan caducada y maloliente. Quien quiera pan que pase por caja. Es la "lógica" del sistema. Y éste el estado moral al que hemos llegado: insolidaridad absoluta, prepotencia gratuita, vergüenza ajena. A muchos les sigue avergonzando ver gente rebuscando comida en la basura. A quién no. La diferencia es que ante esa realidad social todavía hay quienes sólo se preocupan por la mala imagen que el continuo merodeo de pobres da a sus negocios. Por su parte, los políticos -torpes, retrógrados, simiescos- ya sabemos de qué lado están: del lado del voto útil, que es el que se cuenta de antemano. O se compra. Hay mil maneras de comprar el voto. Una de ellas, la más recurrente, consiste en mantener desinformada a la opinión pública enfocando cuestiones sin trascendencia. Ésa la conocemos bien. Otra, más zorruna pero igualmente repetida, radica en criminalizar constantemente toda acción ejercida fuera de los intereses del Gobierno. Entre el electorado hay energúmenos a los que sólo reconforta la falsa seguridad de unas siglas o de un equipo de gobierno. Desde luego siempre es más desagradable ver y denunciar la violencia ejercida por el propio Gobierno de la nación.

Por lo pronto este está desmantelando la sanidad pública, dejando a miles de personas sin protección sanitaria, un principio que creíamos universal y gratuito. Ni lo uno ni lo otro. Y mientras tanto, qué hacen los altavoces del sistema. ¿Llega esta realidad a los principales informativos y desde estos a la ciudadanía? No, por supuesto que no; más aun: todo queda silenciado, excluido a conciencia de los titulares del día por decisiones políticas que han contaminado irreversiblemente la confianza de los ciudadanos en una información veraz, precisa y neutral. Imaginar hoy en España una información neutra -sea del medio que sea- suena risible, cuando no demencial.

Así las cosas, no es extrañar que la ley legitime lo inhumano, la más furibunda insolidaridad ejercida por los favorecidos del sistema (favorecidos y a menudo responsables, no lo olvidemos) mientras persigue, en el otro extremo de la balanza, los comportamientos más esenciales del ser humano: comer cada día, dormir bajo techo.

Pero sigamos cartografiando la actualidad, esa hermana pobre de la historia. Ayer mismo: el diputado autonómico de IU Juan Manuel Sánchez Gordillo y otros miembros del Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT) irrumpieron en dos hipermercados de Sevilla y Cádiz para llevarse varios carros de compra. Todos lo vimos porque ésta vez los medios se encargaron de propagar la noticia y alimentar el -falso- debate ético. Al margen del terrible anacronismo que supone ver a un cargo público reconvertido en Robin Hood, el asalto ha pretendido ser simbólico. Y en este sentido ha sido todo un acierto, pues en realidad lo que ha hecho ha sido encarnar una situación a la que estamos abocados y que antes o después terminará produciéndose. La violencia constante y silenciosa que ejerce el sistema económico neoliberal provoca una respuesta violenta. De ahí la represión, de ahí los candados en los cubos de la basura. El lenguaje de los sistemas violentos es siempre el mismo: prohibición, represión, persecución. El asalto a los hipermercados es sólo una cuestión de tiempo. Y para que cada asalto sea un acto completamente legítimo sólo hace falta que el fin sea claro y directo, sin intermediarios, sin representantes sindicales, sin sobreactuaciones: serán el hambre y la necesidad verdadera lo que derribe las puertas de los grandes templos del consumismo. A esto lo llamaba Walter Benjamin "el acontecimiento", ese punto de inflexión donde "el Antes se encontrará de nuevo con el Ahora, y del relámpago podrá surgir una nueva constelación". O lo que es lo mismo: ese segundo de fuego -que no puede darse sin violencia- en el que un ciudadano asfixiado se prende a lo bonzo frente a una sucursal bancaria y desata la "Primavera árabe".     

Pero esto es España, brother, aquí seguimos mirando al medallero olímpico como en otro tiempo mirábamos al cielo esperando la lluvia. Es tan sólo una más de las falsas realidades que podemos contemplar. Otros leemos a Benjamin y tampoco sirve de mucho. Sospecho que la razón no está jamás del lado de los que la interpretan, sino de aquellos que la reclaman y luchan por ella. No espero tener razón sino estar preparado. Mientras tanto, la primavera tarda en llegar. 




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