martes, 27 de noviembre de 2012

Un adiós improvisado

Que la vida es absurda, injusta y sinsentido es algo que todos, tarde o temprano, terminamos asumiendo. Lo que voy a contar no tiene ya trascendencia. Detesto la imagen pero, en realidad, mis palabras ya sólo pueden ser lágrimas en la lluvia, al más puro estilo Blade Runner. 

Por eso las disfrazaré un poco, porque ya nada importa y no es plan de añadir más dolor al dolor. 

El caso es que este verano en la noche radiante del castillo hubo mucho humo, buenas vibraciones y barra libre para las emociones. Ni Bebe ni Loquillo me entusiasmaron tanto como la banda anfitriona, cinco chavales entregados a la difícil tarea de defender su repertorio ante el público de casa. Sin duda fueron los triunfadores de la noche, pese al boicot que sufrieron al final de su actuación. Destaqué de inmediato el buen hacer en los teclados de un joven músico al que no conocía de nada. Así lo comenté entre los amigos. De formación clásica, el chico arropaba soberanamente bien las armonías pop que la banda iba desgranando, embelleciéndolas con sutiles atmósferas de Korg y, en ocasiones, un precioso sonido Hammond. 

Pedí a algún conocido que me lo presentara e incluso hablé con su mánager pero la noche, ya digo, iba por otro lado...

En esta vida absurda hay encuentros que llegan siempre tarde. O no llegan.



domingo, 25 de noviembre de 2012

Pobre (de nuevo)


Me he vuelto pobre. Me he vuelto pobre a plazos, ciertamente, pero pobre de remate, este país es una mierda. ¿Que cómo lo sé? La respuesta a ambas afirmaciones está ahí delante, en el escaparate. Es el grueso tomo con la poesía completa de Yorgos Seferis. Antes, ni había que pensarlo, era entrar y zas, a la mochila: dos y tres libros cada semana. María me mimaba permitiéndome devolver aquellos que tenía repetidos o en otras ediciones. Ahora ese libro que tanto necesito -pues sin duda fue escrito para mí- permanecerá en el escaparate hasta que un idiota menos pobre que yo (pero pobre al fin y al cabo) pase sus dedazos por la página donde el poema me aguardaba,  y lo lea, y lo celebre, antes de volver a dejar el tomo en su sitio. Una anodina mañana de sábado María lo retirará y al lunes siguiente será devuelto a la distribuidora. Hay otras necesidades, otras necesidades... grita mi conciencia. Este país es una mierda, no sé si ya lo he dicho. Me he comprado un bonito jersey que no pienso ponerme.




sábado, 24 de noviembre de 2012

Trinidades y otras anomalías

El poeta hubiera escrito esto:

"Encuentro por azar una breve nota publicada por El Periódico Extremadura hace tan sólo unos días. Tras la penosa reseña, con firma de Redacción, unas últimas líneas resuelven así la temática de mi libro:

"El creador de espejo, de Daniel Casado (Trujillo, 1975) alude a cosas cotidiana como probarse una ropa, la belleza o cuestiones más trascendentales como el alzhéimer."

Se le queda a uno cara de póquer ante tan sesuda aseveración, por no hablar de la capacidad de análisis desplegada. "Cosas cotidianas como probarse una ropa" no era algo que estuviera precisamente en mi intención al escribir "Talla 38", ni creo siquiera que ese sea el asunto del poema. Es sólo la hojarasca, el andamiaje necesario para reflejar un trasvase de identidades entre padres e hijos, madre e hija en el poema. Por otra parte, que el alzheimer sea asunto más trascendental que la "belleza" y "probarse una ropa" es una cuestión a debatir, pese a la buena intención del informante".

Esto hubiera escrito el poeta. 

Pero el poeta no está ya para humos y prefiere dejarme a mí la tostada de poner buena cara y dar las gracias. Quizá sea lo más fácil, después de todo. El ego, no obstante, seguirá vociferando un buen rato: "déjalo claro", "te mereces más"... Cosas comunes, lo de siempre: la lucha de todos contra todos. 

¿Lucha?

Sólo imagino una lucha verdadera detrás de todo esto: la del redactor con el horario; su esfuerzo por recoger un asunto menor -cultural, por más señas- que a todas luces habría quedado fuera del noticiario sin que ello hubiera supuesto mayor trastorno. Qué sabemos acá. Seguramente la crisis haya hecho "justo y necesario" tomar medidas extremas en el periódico: un recorte brutal de redactores, despidos sin garantías, ausencia de becarios. Qué sabemos realmente. Lo cierto es que alguien se ha tomado la molestia de ojearlo y de sintetizar, seguramente apremiado por su jefe, un libro de poesía caído a destiempo en medio de la marabunta cotidiana. Tampoco han ayudado las reuniones, los horarios imposibles ni la amenaza reinante de un posible ERE. Por otra parte, han sido unas breves líneas no del todo inexactas. Toma nota de esto, poeta. Recuerda cuando tú mismo estuviste en situaciones parecidas, o peores.

Y aprende que también los poetas se equivocan, como siempre.

La cuesta de Mo Yan

Hace unas semanas me llamaron de Canal Extremadura para recabar mi opinión acerca del último premio Nobel, el novelista chino Mo Yan. Como no tengo el gusto de haberlo leído -ni siquiera su novela El sorgo rojo, tan aclamada por los que han visto la película- despaché el asunto indicando los nombres de posibles lectores amigos míos; a saber, un editor y un poeta. Ninguno de los dos lo había leído, lo que dice mucho -y bien- de ellos. A fin de cuentas el Nobel es un premio que se concede precisamente para eso, para que leamos a autores que ni sospechábamos que existieran. A los pocos días mi librera me mostró encantada el reportaje sobre Mo Yan en el que ella y otros libreros aparecen comentando los lugares comunes del autor. Al parecer, el periodista en cuestión rastreó a fondo hasta dar con alguien (español, se entiende) que hubiera leído a Mo Yan. Sus pesquisas condujeron hasta una apacible ama de casa que se encontraba -lástima- de viaje. Ya iba a caer vencido en su empeño de glosar las virtudes del chino cuando el hijo de ésta, en un arranque de sinceridad, lo confesó todo: no sólo había leído varias novelas del chino sino que estaba a punto de merendarse la última.

Y así fue como, por fin, apareció la verdadera noticia.     

martes, 20 de noviembre de 2012

Rara avis

Breve enumeración de escritores diametralmente opuestos a mi manera de pensar (no puedo añadir "ideológica" pues no existe ideología que se ajuste a tal arbitrio), a los que sin embargo admiro y releo:

Jorge Luis Borges, Ezra Pound, Fernando Pessoa, Rudyard Kipling, Giuseppe Ungeretti, Luigi Pirandello, Ernst Jünger, Agustín de Foxá, Julio Camba, Luis Rosales, Octavio Paz, Vargas Llosa, Aleister Crowley, Lewis Carroll, Cioran, Platón...

A éstos, como a tantos otros, me une, mediante un raro lazo de familiaridad, la lectura fecunda de sus mejores páginas. Si bien, como en todas las familias, por muy queridos que éstos me resulten, prefiero tomar mis copas con otros parientes.   

Claro que, entre éstos, también tengo pocas esperanzas de encontrar a alguno que piense exactamente como yo.

Planeta ruido

Acaba uno de recibir una de esas pequeñas tristezas ante las que no puede, no quiere permanecer inmune. Cuando las razones se atrincheran en nuestro cerebro surge el cavernícola que todos llevamos dentro, por más que sobre los hombros repose -brillo opaco condenado a extinguirse- cierto aura de intelectualidad. "Intelectual". No puedo escribir esta palabra sin bostezar largamente.

Dialogábamos sobre poesía -para variar- en la red social por excelencia, Facebook, esa proverbial herramienta de trabajo que es, a la par, vertedero sin fondo de insensateces, hastíos varios y troqueladas imágenes proyectadas en el infinito de la vanidad humana. Así somos. Ya lo decían los griegos. No hemos adelantado gran cosa. Debatía, digo, con un destacado poeta a quien siempre he admirado y al que hace tan sólo unas semanas, en virtud de nuestra inesperada amistad virtual, había estado releyendo. Esta tarde hablábamos de los Panero, de poetas y músicos, de gustos y criterios, en fin, sin mayor trascendencia. Hasta que ha surgido el conflicto entre Israel y Palestina, tan descarnado en las últimas horas. Al parecer uno está mediatizado por el pensamiento "progre" y por ello justifica a los palestinos mientras condena las maniobras de "autodefensa" israelíes; al parecer no es capaz de ver con sus propios ojos la injusticia, el sufrimiento, la barbarie humana por parte de ambos pueblos. Quizá para sacarme de mi ceguera, para ilustrar mi ignorancia o para tocarme los cojones, el poeta me ha enviado un mensaje sin texto adjuntando un vídeo que justifica la autodefensa israelí. Le he contestado, sin añadir palabra, con un enlace al siguiente documental. Ha sido entonces cuando sin llegar a discutirlo siquiera, sin concederme la oportunidad de expresar mi opinión, el bardo me ha eliminado de sus contactos. Todavía anda por la red jactándose de ir borrando pro-palestinos.

Sorpresa, profunda decepción, tristeza. He dado un largo paseo para rumiar todas estas sensaciones. Qué ciega pasión puede llevar a alguien, por lo demás sensible y culto, a comportarse así, con tan burdos modales. ¿Fanatismo? ¿Soberbia? ¿De qué vale todo el saber acumulado, la hermenéutica y la prosodia, el espíritu y la retórica... cuando se siente tan poco interés por los demás?      

Qué tristes aquellos que sólo se interesan por remachar los oxidados clavos de su ideología, que se asientan en ideas estancas, que pertenecen sólo a un pueblo y no al de todos los seres humanos. Qué patéticos estos poetas mayores tan inmundamente enanos en su precaria humanidad. Qué feo, qué gris, qué mostrenco es el mundo que nos han dejado.

Pero guardaré sus poemas. Ahora sé que lo mejor de él ni siquiera le pertenece.

lunes, 12 de noviembre de 2012

jueves, 8 de noviembre de 2012

Lluvia y gracia


Cada vez que el aguacero me asalta en plena calle -sin paraguas, por supuesto- y con el ánimo acelerado acude en mi auxilio aquel poema de Claudio Rodríguez, "Lluvia y gracia", y me digo agradece esta lluvia, siente cómo cala la intemperie, deja que estas gotas limpien lo enquistado, el tósigo de lo cotidiano y previsible... Sólo entonces consigo ralentizar mi paso y respirar hondamente la sal alborotada que llena mis pulmones. Y me complace enormemente saltar sobre los charcos.


LLUVIA Y GRACIA

Desde el autobús, lleno
de labriegos, de curas y de gallos,
al llegar a Palencia,
veo a ese hombre.
Comienza a llover fuerte, casi arrecia,
y no le va a dar tiempo
a refugiarse en la ciudad. Y corre
como quien asesina. Y no comprende
el castigo del agua, su sencilla
servidumbre; tan sólo estar a salvo
es lo que quiere. Por eso no sabe
que le crece como un renuevo fértil
en su respiración acelerada,
que es cebo vivo, amor ya sin remedio,
cantera rica. Y, ante la sorpresa
de tal fecundidad,
se atropella y recela;
siente, muy en lo oscuro, que está limpio
para siempre, pero él no lo resiste;
y mira, y busca, y huye,
y, al llegar a cubierto,
entra mojado y libre, y se cobija,
y respira tranquilo en su ignorancia
al ver cómo su ropa
poco a poco se seca.


Claudio Rodríguez

Olas de una tarde de noviembre.

Siempre hay un rincón de la tarde en el que la luz declina más lentamente. Una conciencia súbita de que la vida va pasando y está bien que así sea. La tierra con sus sucias nubes negras, el sordo cielo con el paso cambiado. Una canción nos asalta y el camino tiembla como una hoja de cuchilla o como un junco salvaje, su herida es la misma: dulce veneno de juventud, veredas que perdieron su destino, pasos que un día dejaron de seguirnos... ¿qué fue de aquella muchacha? -¿cuál era su nombre exacto? Pero sólo queda un aire marchito que la música recrea y resplandece en un lejano sueño de olas.

Esa canción hoy ha sido "Ripples" de Genesis.


La letra (Phil Collins no es Peter Gabriel pero tampoco le hace falta) puede leerse traducida aquí.