jueves, 8 de noviembre de 2012

Lluvia y gracia


Cada vez que el aguacero me asalta en plena calle -sin paraguas, por supuesto- y con el ánimo acelerado acude en mi auxilio aquel poema de Claudio Rodríguez, "Lluvia y gracia", y me digo agradece esta lluvia, siente cómo cala la intemperie, deja que estas gotas limpien lo enquistado, el tósigo de lo cotidiano y previsible... Sólo entonces consigo ralentizar mi paso y respirar hondamente la sal alborotada que llena mis pulmones. Y me complace enormemente saltar sobre los charcos.


LLUVIA Y GRACIA

Desde el autobús, lleno
de labriegos, de curas y de gallos,
al llegar a Palencia,
veo a ese hombre.
Comienza a llover fuerte, casi arrecia,
y no le va a dar tiempo
a refugiarse en la ciudad. Y corre
como quien asesina. Y no comprende
el castigo del agua, su sencilla
servidumbre; tan sólo estar a salvo
es lo que quiere. Por eso no sabe
que le crece como un renuevo fértil
en su respiración acelerada,
que es cebo vivo, amor ya sin remedio,
cantera rica. Y, ante la sorpresa
de tal fecundidad,
se atropella y recela;
siente, muy en lo oscuro, que está limpio
para siempre, pero él no lo resiste;
y mira, y busca, y huye,
y, al llegar a cubierto,
entra mojado y libre, y se cobija,
y respira tranquilo en su ignorancia
al ver cómo su ropa
poco a poco se seca.


Claudio Rodríguez

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