Recibí hace unos meses una carta de la Dirección General de Tráfico. Allí son gente seria, así que la abrí de inmediato. Me enviaban, renovado, el permiso de conducir. Durante la espera he cambiado de automóvil pero más vale tarde que nunca. Recuerdo que ya el examen médico para adquirirlo me resultó una patraña pseudo-científica: "Mire usted aquí y dele a la bola cuando crea que va a salir por ese otro lado". Cosas así. Como también eran gente seria, seguí las indicaciones sin rechistar. "Recibirá el carné en su casa -me dijeron- nosotros se lo mandamos hacer desde aquí". Setenta euros del ala, la broma. Y a esperar, ya digo, unos cuantos meses. Tanto, que he tenido tiempo de recordar varias veces el afilado sarcasmo de cierta empleada en la Jefatura de Tráfico de Badajoz. Servidor, contrariado, protestaba porque no aceptaban pagos en metálico. "Sólo tarjetas", esgrimía ella señalando un folio pegado a la pared y deslizando el datáfono bajo la mampara. Cosa seria -pensé- esto de la banca al servicio de la ley. "Los dos puntos que ha perdido puede usted recuperarlos haciendo un cursillo. Si no lo hace, en dos años se le renuevan automáticamente". Salí de allí agradecido por la seriedad de nuestros servidores públicos.
Ya casi había olvidado el asunto cuando recibí la carta de la Dirección General de Tráfico. En ella, su directora me advertía amablemente de lo importante que es conducir de un modo responsable. "En la carretera como en la vida", venía a decir. Fue entonces cuando dieron la noticia por televisión. Y ya nunca más dudé de la poca seriedad de la gente seria.
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