Lo observamos mientras comemos, tomando café con un amigo, durante la pausa del partido, en horario infantil, a cualquier hora. Lo miramos y remiramos impasibles, molestos incluso, con hartazgo, con cansancio, con asco. Nuestra mirada ha enfermado de tanta violencia, de tanto drama, de tanto tanto. Su voracidad conduce a la indigestión. Queremos cerrar los ojos pero no podemos. Lo inmedito nos sacude con un nuevo espanto. Miremos donde miremos, el horror se nos sirve crudo, espeluznante, repetido. Aunque logremos apartar la mirada seguimos viendo. El drama se alimenta ahora de nosotros. Encarnado en nosotros sale al mundo cada día exhibiendo ante los demás su tragedia cotidiana. Una cámara lo emite en vivo y en directo, en medio de anuncios.
domingo, 14 de agosto de 2016
En vivo y en directo
Primero el cine se encargó de amansar nuestra retina. En la gran pantalla cobraron forma actos atroces nunca antes contemplados de manera simultánea por tantos millones de ojos. Por su parte, la televisión recreó con especial agudeza el instante cruento, la caída, el atropello, la cornada. Ahora internet nos ofrece su infinito arsenal de imágenes y audios: los segundos previos al impacto, la agonía de un padre y su hijo, el cuerpo del terrorista volando por los aires...
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