Bajo las sombras del día tu piel yace cubierta por la sal del verano. Alejado de todos, buscas al amigo que dispute al tiempo unas horas de vibrante armonía. Cuando por fin lo encuentras, lo reconoces de inmediato:
“Guárdate –me dijiste- de los que nunca se cansan y abusan de las explicaciones. Son capaces de disecar una flor para deconstruir su perfume, de explicarle a un enamorado que los besos transmiten infecciones. Capaces de condenarte por una metáfora y por dejar que la imaginación sea libre. Para ellos, la belleza es un insulto, la verdadera poesía cívica ha de ser fea, y esa ausencia tuya de ahora tal vez les prive… ¡de razones para vivir!”
De repente calla el amigo a tu lado y cierras el libro donde aún centellean sus palabras. Abrazas la solidaria cadencia de su nombre en la contraportada:
“Mahmud Darwix, nacido el 13 de marzo de 1941 en Birwa, aldea cercana a Acre, en la Palestina del mandato británico. (…) Considerado un referente fundamental en la poesía árabe del siglo XX, es el poeta árabe más leído y traducido…”. No te fíes de las solapas -te susurra, cómplice- es fácil exagerar. Sonríes. Vas a decirle que no, que en su caso está más que justificado... pero caes en la cuenta de que estás solo, completamente solo y perdido como una piel cubierta por la sal del verano. Vuelves la mirada al libro: “Falleció en Houston (EEUU) el 9 de agosto de 2008”.
La tarde se ahoga en la flamante calima. Se atisba ya el veranillo de San Miguel.
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