"Si cada tierra confiere un carácter a sus habitantes, hay que reconocer que los trujillanos y trujillanas somos expertos en el difícil arte de la prestidigitación, también llamado magia o ilusionismo".
En Trujillo, donde la realidad es una ilusión colectiva, un espejismo compartido, difícilmente hallaremos una metáfora más certera de lo que nos pasa como sociedad que la de esos palacios huecos y esas nobles casas vacías, a punto de derrumbarse, que por doquier asaltan la mirada del paseante. Tocadas en su base, arrasadas por la maleza, amenazadas por la ruina, parecen implorar a la vista de quien las contempla: "sólo un día más, sólo un día más". Así, "sólo un día más", se construye el presente en nuestra ciudad. Parcheando. Apuntalando. Disfrazando los síntomas. Negando la evidencia, la mala salud del enfermo. Si cada tierra confiere un carácter a sus habitantes, hay que reconocer que los trujillanos y trujillanas somos expertos en el difícil arte de la prestidigitación, también llamado "magia" o "ilusionismo". De hecho, hasta el lema elegido desde el Ayuntamiento alude a nuestra capacidad inherente de no ver la realidad. "Deja que comience la magia", reza el lema. Así pues, somos maestros en el notable arte de la apariencia. Trujillo se ha convertido, por empeño de sus gobernantes -y, seamos justos, también por inercia de sus habitantes- en el lugar donde la magia no acaba nunca.
Bien lo saben quienes desde el ejercicio de la función pública han entendido el desempeño de sus funciones como un medio de proyección hacia otras esferas, dando la espantada en el momento justo. Para otros, nadie se sorprenda, ese "momento justo" está por llegar. Y llegará. Atentos.
Y es que Trujillo, por más que nos duela reconocerlo, tiene y ha tenido los políticos que se merece. Es decir, no tiene verdaderamente políticos. Tiene magos de la palabra, malabaristas fiscales, funambulistas económicos, profesionales del escapismo, trapecistas populistas, directores de orquesta, chóferes, payasos... Entre todos mantienen al público entretenido a base de "pan y circo". Y así, a bombo y plantillo, se despacha "sólo un día más" la mágica función. Hoy es la fantástica pirueta en el aire: verbenas y fuegos artificiales, cabalgata y pasacalles; mañana, la increíble y temeraria hazaña: quiebros y recortes en la Plaza Mayor; al otro, malabarismos sobre la cuerda floja: pretender vivir del turismo sin invertir en formación; pasado mañana, la bufonada sin gracia: persistir en hacer del borroso pasado el sustento de este turbio presente; la semana siguiente, el viejo truco de la chistera mágica: casar a don Desarrollo con doña Austeridad, ese matrimonio imposible. Y al final, cuando menos nos lo esperamos, lo de siempre, el tartazo en plena cara: esa infame carambola del destino que consiste en haber perdido el ferrocarril en el siglo XX y volver a perder ahora, en pleno siglo XXI, el tren de las oportunidades (y no me refiero al AVE).
Que se lo cuenten a los trujillanos y trujillanas que se siguen marchando a estudiar fuera, a trabajar a otras zonas menos deprimidas, a construir para sus hijos un futuro más amable, por más que a todos nos guste, claro está, regresar al decorado perfecto, al mágico árbol de navidad, a la Plaza abarrotada de pañuelos coloraos, al macrobotellón de los reencuentros... Pero, ¿y el resto del año? ¿Qué pasa el resto del año? Mercado de Ganado para cuatro días, Mercado de Abastos para nunca jamás. Parques y jardines cerrados al público, piscina climatizada para los líquenes del parque. Residencia de mayores conquistada por el cierre, hoteles en derrumbe, habitaciones fantasmas...
Pero aún hay más, el más difícil todavía, el triple salto mortal sin red: el truco del emprendimiento en la época de los recortes sociales. O lo que es lo mismo: "apáñeselas como pueda, y mantenga la sonrisa".
Mejor que cualquier otro indicativo, reafirma mis palabras la ruina flotante que asoma por todas partes en forma de negocio cerrado. El dichoso cartel de "Se alquila" humillando el lema "Deja que comience la magia", que ya nadie se cree. Qué magia ¿la de ser "maravilla rural" mientras nuestras calles están levantadas (¿han visitado recientemente las barriadas de las Setenta, el Molinillo?).
Qué magia, ¿la de no contar aún con semáforos y mantener en las zonas de peligro pasos de peatones prácticamente imaginarios?
Qué magia, ¿la de haber dejado morir por falta de recursos a la Asociación Protectora de Animales y haber montado una perrera municipal sin las condiciones mínimas? (Como hicieron con la Biblioteca, por cierto).
Qué magia, ¿la de adecentar con dinero público zonas rurales que son propiedad privada? ¿La de premiar a dedo los servicios prestados? ¿La de reformar espacios religiosos para goce y disfrute de unos pocos habitantes? Qué magia, insisto ¿la de ofrecer como única alternativa de negocio abrir un nuevo bar? ¿O la de contar con mil cien trujillanos -repito: mil cien trujillanos- sin un sueldo que llevar a sus casas...
¿De qué magia estamos hablando?
Dos caras de la misma "magia": Arriba, la rocambolesca piscina climatizada jamás inaugurada.
Abajo, el viejo ambulatorio, que el gobierno local prometió destinar a asociaciones trujillanas.
Abajo, el viejo ambulatorio, que el gobierno local prometió destinar a asociaciones trujillanas.
Pero el señor alcalde, al que desde hoy llamaremos "Prometo-no-haber-dicho-esto" (su frase favorita cuando las puertas se cierran), sigue empeñado en hacernos creer que todo va bien. Cartón piedra, ya lo ven, ruinosa estampa, trampa y cartón. Sonrisa blanquecina para las fotos y doble ración de promesas en la recepción cotidiana a los vecinos. Cada cual llega, claro, con sus problemas, cada cual con su manojo de esperanza, su hastío, su resignación. Y nada. O menos que eso: tiempo muerto, aplazamiento, endeudamiento con la verdad. Palmadita en el hombro y tosecita de alivio. Así funcionan las cosas donde la magia no acaba. Y así funcionarán mientras el truco del almendruco sea el pan de cada día en esta tierra nuestra donde la abstención de voto supera el 24% de la población, y de un total de 9.510 habitantes, tan solo 5.838 han considerado necesario confiar en los representantes políticos.
Es el triunfo de la apatía subvencionada desde los poderes públicos, el hartazgo al final de la fiesta, las náuseas tras el coma etílico.
Eso sí, títulos como el del "maravilla rural", "pueblo más bonito" o "cuento chino del año" no nos han de faltar a la hora de presumir de ciudad.
Ocupen sus localidades, señoras y señores. La función va a comenzar.
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