Trujillo acogió el pasado mes de junio el IV Festival Internacional Ciudad de Trujillo. Como rezaba el lema, “La Música y la Palabra de España y América” tomaron diversos enclaves de la ciudad para desarrollar, durante diez días, conciertos, recitales, conferencias y actuaciones varias. Una loable iniciativa que viene a refrendar la buena disposición que brinda nuestra localidad a esta clase de eventos. Otra cosa bien distinta es el público trujillano, la sufrida ciudadanía autóctona que ve cómo de espaldas a sus necesidades prioritarias se programan actividades de corte elitista en una localidad que arrastra, con penosa terquedad, la carencia espantosa de una Casa de Cultura propia. Si cualquier municipio que se precie exhibe con orgullo la “casa de todos” que representan estos centros culturales abiertos a todas las manifestaciones creativas, artísticas y sociales de la comunidad, lo cierto es que los trujillanos no podemos hacer lo mismo. No tenemos Casa de Cultura pero sí Festivales Internacionales, Ferias Internacionales y Fiestas Internacionales, todo es internacional en Trujillo menos lo propio, que sigue siendo localista, barato y, a menudo, feo.
Es el caso de nuestro Teatro Gabriel y Galán. El mismo edificio que otrora fuera -a juzgar por las crónicas, las fotografías y el testimonio de algunos testigos- emblema de la vida cultural y social de nuestra ciudad, es hoy un frígido habitáculo impersonal concebido para dejar escapar el calor en invierno y retenerlo en verano, merced a su techumbre de uralita. Asimismo, la programación que ofrece a sus gélidas y a menudo deshabitadas butacas a lo largo del año no alcanza a situar a Trujillo entre las ciudades destacadas del panorama escénico extremeño. Por más que hayan surgido importantes iniciativas ciudadanas empeñadas en recuperar ese espacio, lo cierto es que el Teatro Gabriel y Galán es hoy un baluarte que ejemplifica el poco interés que la ciudadanía trujillana, reforzada por la desidia política, muestra por sus espacios culturales. Lo mismo podríamos aplicar al Archivo Municipal, que guarda importantísimos documentos de incalculable valor histórico y científico relacionados con la historia de nuestra ciudad, y que sin embargo adolece de las condiciones mínimas exigibles para la óptima conservación, el estudio y la difusión que este valioso patrimonio sin duda merece.
¿Y qué diremos de la Biblioteca Municipal, todavía sin nombre? ¿A qué esperan las autoridades competentes para llevar a cabo la reforma que precisa este centro del saber? Hablamos, desde luego, de una reforma profunda, rigurosa y que no se resolverá -ay- cambiando simplemente su ubicación. La Biblioteca de Trujillo refleja, con penosa terquedad, todo lo que no debe ser una biblioteca. Si hablamos sólo de sus fondos, éstos se encuentran mal catalogados, pésimamente ordenados en las estanterías, parcialmente digitalizados, y lo que es peor: sólo se ofrece al público un porcentaje minúsculo (en torno al 30%, según la “documentada” fuente) de todo lo que constituye el patrimonio bibliográfico trujillano. Así, no debe extrañarnos que el expurgo sin consentimiento de autoridad política alguna haya sido práctica frecuente, como ya denunció el Club de Lectura hace algunos años, cuando encontramos, ante nuestros atónitos ojos, cajas y más cajas de cartón repletas de libros, revistas y álbumes fotográficos, además de donaciones varias, todas ellas apiñadas y listas para ser recogidas por el servicio municipal de limpieza. Mejor será ahorrar a los sufridos lectores la descripción de las innumerables faltas técnicas que presenta la actual biblioteca: baste indicar, como ejemplo, que actualmente la obra narrativa del Nobel Gabriel García Márquez se encuentra confinada en el cuarto trastero, junto a los cubos de la basura y demás utensilios de limpieza.
Caso aparte merece el trato dispensado por el personal fijo de la Biblioteca al Club de Lectura, iniciativa ciudadana que cumplirá el próximo mes de octubre sus primeros diez años de vida. En efecto, desde 2004 un heterogéneo grupo de vecinos y vecinas de todas las edades venimos reuniéndonos en la Biblioteca cada miércoles para poner en común lo leído previamente en casa y celebrar, de paso, nuestra pasión por los libros y la buena conversación con un cafelito y unas pastas. Así hemos abordado ya 68 títulos y han pasado por nuestro Club más de 60 personas. Que la nuestra fuera desde el inicio una actividad impulsada por la Concejalía de Cultura, no evitó que nuestro colectivo formado por adultos y ancianos fuera expulsado de la Biblioteca por “hablar alto”, es decir, por hacer eso mismo que constituye el eje central de nuestra actividad. Estas increpaciones continúan a día de hoy.
En base a todo lo expresado, cabe preguntarse qué papel ocupa verdaderamente la cultura en la vida social trujillana. Una localidad que pese a dar cobijo a sedes culturales y fundaciones de diversa índole, no ve reforzada con ello la vida cultural de sus ciudadanos porque simple y llanamente la mayoría de las actividades que se programan en ella o son elitistas o cuentan con una promoción que deja mucho que desear.
Un buen ejemplo de esto último es la Feria del Libro. No podemos afirmar que este evento de reciente creación haya supuesto todavía un éxito de participación en los tres años que se ha realizado, ni siquiera a la luz de los datos que muestran un crecimiento significativo en cuanto a la asistencia de público y a la venta de libros. Lo que da la verdadera talla de lo mucho que queda por hacer es precisamente la escasa implicación de los trujillanos –personas, empresas y colectivos- en materia de cultura, el pertinaz desconocimiento de nuestra propia historia como pueblo, los bajos índices de lectura en una población con una media de edad avanzada, la escasa oferta privada, la desmotivación del comercio local, etc... Incontestable resulta recordar que, con anterioridad al nuevo modelo de Feria del Libro que trata de paliar estas deficiencias, Trujillo sólo contaba con un triste y simbólico mercadillo de libros de segunda o tercera mano.
No sería justo reprochar únicamente a los gestores de lo público la pertinaz desidia que hacia nuestro propio patrimonio, nuestro saber y nuestra cultura mostramos los trujillanos. Desidia reforzada, eso sí, por largas décadas de olvido, desatención y distracción de las necesidades socioculturales que Trujillo como ciudad presenta, lo cual no ayuda precisamente a contrarrestar la caída vertiginosa del número de habitantes.
Y es en este punto donde conviene distinguir entre cultura y espectáculo, entre cultura y cualquiera de las formas de ocio bajo las cuales se alude interesadamente a esta palabra. No debemos perder de vista que en la raíz semántica del término “cultura” está “cultivo”, y más exactamente el “cultivo del alma y la mente”. Es meridianamente claro que la cultura refuerza la libertad y el sentido crítico del individuo favoreciendo la creación de un modelo de sociedad más justa. Esto es exactamente lo opuesto a ese otro concepto de “cultura” basado en el entretenimiento, la escasez de valores éticos y el amodorramiento sistemático de la población a base de potenciar sus instintos más primarios. “Todo es cultura”, he oído decir muchas veces a políticos acomplejados, gestores de lo público que sólo buscan el rédito electoral y cuentan sus acciones en virtud de ese objetivo. Mal le iría a Trujillo si cayera en la tentación de secundar ese camino desatendiendo las múltiples carencias de su ciudadanía en materia cultural, y convirtiera sus sedes y espacios en microcosmos cerrados, reductos para el refinamiento estético, reservas de dudoso privilegio destinadas a una élite, a menudo foránea y siempre temporal.
Ajena al devenir del tiempo, la palabra encontrará siempre la manera de expresar lo que queda en los márgenes de la Historia Oficial. La palabra y su silencio.
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