domingo, 2 de febrero de 2014

El Señor de los ejércitos



Asistimos ayer a una misa funeral. El sacerdote no dejó de repetir: "El Señor de los Ejércitos es el Rey de la Gloria". Y ahí ya aluciné. Me esforcé en desentrañar semejante afirmación empleando toda mi inteligencia pero ni aún así. Y ahí sigo. No acierto a imaginar qué oculto sentido puede esconder una frase así, tan sonora como vacía, tan prepotente y ridícula. "El Señor de los Ejércitos es el Rey de la Gloria", repetían los fieles, un breve reguero de cabezas agachadas. Debe ser parte de la anestesia mental, algo así como un mantra tibetano tantas veces repetido que los sonidos vuelan ya dispersos, desprovistos de todo significado cual arcángeles desobedientes. Sólo quedan las palabras, proferidas una y otra vez entre amenaza y lamento: señor, ejércitos, rey, gloria...  Y ahí tenemos a las legiones celestiales, al dios que las ordena y dirige, el rey de Israel en todo su esplendor marcial, que por algo es amo y señor. Todo ello aderezado con la poderosa imaginería católica: música de órgano, santos mutilados, reliquias, exvotos... y frío, mucho frío por todas partes. A diferencia del Vaticano, las sucursales del Cielo en la Tierra no deben, ya se sabe, resultar confortables. Poco importa que en este gélido valle de lágrimas la palabra santa se acompañe del rumor indecente de monedas cayendo al cepillo, ni que la misa haya costado a la familia 10 euros por la honrosa mención del difunto. Que una parte de nuestra sociedad se encomiende a semejantes prebendas resulta cuando menos delirante. Lo preocupante es que el resto carguemos con sus excesos y paranoias. 



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