Un insistente aviso "para liberar espacio en disco..." que llevaba semanas martilleando mi paciencia ha resultado determinante: acabo de eliminar el Outlook Espress, esa reliquia de ayer mismo, esa antigualla de la comunicación digital, adiós, muy buenas. Todos los mensajes de los últimos años, los urgentes y los que llegaron tarde, los leídos y los que no llegué a enviar, barridos de una plumazo por mi mano, ya sólo existen aquí, en esta crónica efímera que mañana será viento, olvido de internautas, polvo de bites...
También pierdo nombres y direcciones, teléfonos y fotografías que, por algún motivo, no resultaron del todo indispensables. Pienso que así les libero a ellos igualmente de ver mi nombre, desfasado ya y sin sentido, atrapado en la recámara de sus cuentas como un triste troyano inactivo. ¡Si pudiera borrar mis palabras también de sus pasados, evitar que sigan ocupando espacio en otros discos duros, quedar sólo como recuerdo o desaparecer para siempre...!
Pero hago lo que puedo. Sólo hay una tecla y es la que he pulsado.
Ah, qué alivio. Me merezco un Cola-Cao.
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